(c.s.) BULLET IN THE EYE ▬ sh...

By kmjghy

727 145 57

🕊️┆𝗯𝘂𝗹𝗹𝗲𝘁 𝗶𝗻 𝘁𝗵𝗲 𝗲𝘆𝗲 , snk 🪽 ˖ ✦ › armin arlert ★ fem! oc ━... More

𝗕𝗨𝗟𝗟𝗘𝗧 𝗜𝗡 𝗧𝗛𝗘 𝗘𝗬𝗘.
𝗩𝗢𝗟 𝟭, ━━━ ətˈæk 0N tάɪtn

⚔️┊ 00. to you, in 2000 years.

52 46 22
By kmjghy

PROLOGUE. To You, in 2000 Years

▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃






❛  𝘋𝘪𝘦 𝘌𝘳𝘥𝘦 𝘥𝘳ö𝘩𝘯𝘵 𝘶𝘯𝘥 𝘸𝘪𝘳𝘥 𝘳𝘰𝘵
𝘋𝘪𝘦 𝘓𝘦𝘶𝘵𝘦 𝘦𝘳𝘪𝘯𝘯𝘦𝘳𝘯 𝘴𝘪𝘤𝘩 𝘢𝘯 𝘥𝘪𝘦𝘴𝘦 𝘛𝘳𝘢𝘨ö𝘥𝘪𝘦
/
𝘓𝘢 𝘵𝘪𝘦𝘳𝘳𝘢 𝘳𝘶𝘨𝘦 𝘺 𝘴𝘦 𝘵𝘰𝘳𝘯𝘢 𝘳𝘰𝘫𝘪𝘻𝘢,
𝘺 𝘦𝘯𝘵𝘰𝘯𝘤𝘦𝘴 𝘭𝘢 𝘨𝘦𝘯𝘵𝘦 𝘳𝘦𝘤𝘰𝘳𝘥𝘢𝘳á 𝘭𝘢 𝘵𝘳𝘢𝘨𝘦𝘥𝘪𝘢 ❜





‎ 

ERA DOLOROSO MOVERSE.

La lluvia arreciaba con furia, azotando el mundo con un estruendo ensordecedor mientras el carro se precipitaba a toda velocidad por el terreno fangoso. Tirado por caballos extenuados pero forzados a seguir adelante, cada uno de sus cascos levantaba barro y agua en una danza desesperada contra el tiempo. Los jinetes que los flanqueaban mantenían la vista fija en la negrura de la tormenta, atentos a cualquier sombra amenazante que pudiera acechar desde los árboles o los senderos ocultos. Sabían que no estaban a salvo, que en cualquier momento el peligro podría caer sobre ellos con una violencia devastadora.

Dentro del carro, una mujer de largos y enmarañados cabellos oscuros se aferraba con desesperación a un manto grueso, tembloroso por la humedad y la sangre. No estaba claro si trataba de protegerse a sí misma o a la persona que yacía bajo la tela empapada, pero sus brazos la envolvían con una intensidad casi feroz, como si su sola voluntad pudiera evitar que la vida escapara de aquel cuerpo. El traqueteo del carro hacía que su cuerpo, ya de por sí débil, se tambaleara con cada bache, con cada piedra del camino. Un dolor sordo y punzante la atravesaba, y cada respiración se sentía como si mil agujas perforaran su pecho.

La sangre...

Estaba en todas partes.

Cubría sus manos temblorosas, manchaba su ropa, empapaba la madera del carro con un rastro oscuro y pegajoso que la tormenta no lograba borrar. Su mente, nublada por el agotamiento, luchaba por aferrarse a la conciencia, pero sus párpados ardían de cansancio. No podía permitirse cerrarlos. No aún. Debía llegar. Debía mantenerse despierta hasta llegar al Distrito de Shiganshina, la ciudad fortificada que se erguía al sur de la Muralla María. Ese era su destino. Más allá de la tormenta, más allá del dolor y la desesperación, sólo tenía una meta: llegar a salvo a la ciudad antes de que fuera demasiado tarde.

Los jinetes cabalgaban en formación cerrada alrededor del vehículo, protegiéndolo. Entre ellos, un hombre había tomado la decisión de abandonar su propia montura para viajar dentro del carro, arrodillado junto a la mujer. No podía quedarse al margen. No cuando había vidas en juego. Sus manos, hasta hace poco cubiertas de sangre caliente y viscosa, se habían limpiado torpemente en su chaqueta de tonos marrón y blanco, dejando aún rastros carmesí en la piel de sus dedos. Miró a la joven con preocupación, preguntándose si su intento de aliviar su dolor había servido de algo.

Pero en su mirada vidriosa y su expresión endurecida por la determinación, no encontró respuesta.

—Tranquila, ya estás bien —susurró con suavidad, como si temiera que su voz pudiera quebrarla aún más. Sus ojos se posaron en el pecho de la mujer donde, acurrucada, descansaba una diminuta criatura. Su respiración era apacible, su cuerpecito se movía con cada inhalación pausada, ajena al caos, al miedo y al sufrimiento que habían marcado su llegada al mundo—. Las dos estáis bien.

La mujer bajó la mirada y sus labios temblaron al ver a su hija, aquella pequeña parte de su alma que ahora respiraba fuera de su cuerpo. Su niña. Su razón para seguir adelante. La contempló con una mezcla de alivio y dolor, y en ese instante, el recuerdo de él la golpeó con la fuerza de un vendaval. Su pecho se contrajo al pensar en el hombre que había dejado atrás, en la persona a la que había amado con cada fibra de su ser. Se mordió el labio con fuerza, intentando contener las lágrimas que pugnaban por salir. ¿Por qué se había ido? ¿Por qué nunca le dio una explicación? El silencio que había dejado en su ausencia pesaba más que cualquier respuesta. Pero así era la vida, ¿no? Un día, vives para subsistir, y al siguiente, vives para subsistir por otra persona.

Por ella.

Por su palomita, su pequeña Ciana.

—Señor, estamos llegando —informó una voz fuerte y clara sobre el incesante repiqueteo de los cascos en el suelo mojado.

El hombre con las manos aún manchadas de sangre asintió, su mirada enfocada en el horizonte. En la distancia, imponente y macizo contra la tormenta, se erguía el gran muro. Su silueta se volvía cada vez más nítida, el refugio prometido al alcance de su vista. Sin embargo, el alivio no llegaría hasta que cruzaran esas puertas, hasta que estuvieran realmente dentro. Con delicadeza, se acomodó más cerca de la joven madre, asegurándose de que el manto cubriera mejor su frágil cuerpo. El carro disminuyó la velocidad cuando un sonido metálico, rítmico y pesado, empezó a resonar al frente. Eran los engranajes del puente levadizo en movimiento, el anuncio de que el acceso al distrito estaba siendo abierto para ellos.

La mujer sintió sus párpados volverse más pesados con cada segundo que pasaba. El agotamiento la invadía como una niebla espesa, arrastrándola poco a poco a la inconsciencia. Pero antes de sucumbir por completo, una débil sonrisa apareció en sus labios.

Ya estaba en Shiganshina.

Ya no tendría que huir.

No más frío, no más caminos interminables, no más noches en vela temiendo que algo acechara en la oscuridad. Ahora, ella y su hija estaban a salvo.

Apenas llegaron, la llevaron directamente ante la comadrona del distrito, una mujer de mediana edad con el rostro curtido por la experiencia y las manos firmes de quien había traído muchas vidas al mundo. No era la primera vez que veía a una madre llegar al borde del colapso, pero había algo en sus ojos, en su manera de sujetar a su hija, que le hizo comprender que esta mujer no solo había traído una nueva vida al mundo... había luchado por ella con uñas y dientes.

—Fuera, necesito espacio —ordenó con voz firme, haciendo un gesto con la mano.

Los exploradores obedecieron de inmediato, saliendo de la habitación sin rechistar. Solo uno se quedó. El hombre de ropas marrones y blancas apretó la mandíbula y dio un paso adelante.

—Me quedaré un momento —insistió, su voz serena pero decidida—. Quiero asegurarme de que todo está bien antes de regresar con mi escuadrón.

La anciana lo observó en silencio, midiendo sus palabras, antes de asentir con resignación.

—Un rato —concedió.

Se mantuvo cerca hasta que, al cabo de varios minutos, la comadrona le dijo que la madre necesitaba descanso. Fue entonces cuando se permitió soltar el aire retenido en sus pulmones y, tras dirigir una última mirada a la pequeña, se marchó sin decir nada más. Cuando la puerta se cerró, Elina, la comadrona, volvió su atención a la joven madre. Su expresión se suavizó y, con la voz más amable que pudo, le preguntó:

El silencio duró unos segundos. Ella parpadeó, como si su mente necesitara un momento para recordar.

—... Astrea —respondió al fin, con un hilo de voz cargado de agotamiento.

Elina asintió.

—¿Y tu pequeña?

Astrea giró la cabeza con lentitud, sus ojos violetas oscurecidos por el cansancio pero llenos de ternura. Miró a su hija, ahora envuelta en mantas, demasiado pequeña para el trajecito que Elina le había puesto. Su respiración era serena, su carita rosada, su existencia frágil pero real.

—Ci... Ciana —susurró.

La anciana le pasó un paño húmedo por la frente con movimientos suaves y pacientes, como si tratara de aliviar no solo su fiebre, sino también la tormenta que aún parecía arremolinarse dentro de ella.

—Es un nombre hermoso —dijo simplemente.

Astrea no respondió. Solo miraba a su hija. No quería apartar la vista de ella. No podía. Aunque las paredes de Shiganshina la resguardaban, aunque el peligro había quedado atrás, su instinto le decía que el mundo aún era cruel. Que su Ciana podía estar en peligro en cualquier momento. Ocurría cuando venías de un sitio como ese.

Elina entrecerró los ojos, observando a la joven con una intensidad que parecía atravesar su piel, como si intentara leer su historia en las cicatrices invisibles de su alma.

—Vienes de fuera de la muralla —afirmó con voz calmada.

No era una pregunta, era una certeza. Una que colgó en el aire como una amenaza latente. Astrea sintió un escalofrío recorrerle la espalda. ¿Cómo debía responder? Se quedó en silencio, mirando el lugar donde descansaba su hija, con los nudillos pálidos por la fuerza con la que los cerraba. ¿Debía decírselo? ¿Debía confiar en esa mujer de rostro amable, en sus manos arrugadas pero cálidas? Respiró hondo, desviando la mirada de Ciana con dolorosa lentitud. Si hablaba, no había marcha atrás...

Pero ya no tenía nada que perder.

Así que lo dijo.

Su voz tembló al principio, pero una vez que comenzó, las palabras fluyeron como un río desbordado, arrastrando con ellas los horrores que había vivido más allá de los muros. Le contó de las noches sin refugio, de los gritos ahogados en la oscuridad, de la desesperación de los que intentaban huir solo para encontrarse con un destino aún más cruel. Le habló del hambre que la consumía, del miedo que se convirtió en su única compañía, de las veces en que creyó que no lo lograría... hasta que su hija se convirtió en la única razón para seguir adelante. Y al final, cuando sus labios pronunciaron la última palabra, sintió que se había vaciado por dentro.

Elina no dijo nada al principio. Solo la miró, sus ojos oscuros llenos de una comprensión que no necesitaba palabras. Y entonces, con una ternura que Astrea no recordaba haber sentido en mucho, mucho tiempo, la anciana levantó una mano y la posó suavemente sobre su cabeza.

El toque era cálido. Reconfortante. Diferente a lo que Astrea estaba acostumbrada.

Cuando Astrea alzó la vista, vio algo que la desarmó por completo: una sonrisa.

No era la sonrisa de alguien que la juzgaba. Ni la de alguien que la miraba con lástima. Era la sonrisa de una persona que entendía, que aceptaba su verdad sin reservas.

Era una sonrisa que le decía, sin necesidad de pronunciarlo, que por fin había llegado a un hogar.

—Aquí estaréis a salvo —susurró Elina.

Las palabras eran firmes, seguras. Una promesa. Astrea quiso creerlas. Dioses, cuánto deseaba creerlas. Pero la verdad era cruel, y la verdad era que no importaba cuántas murallas la rodearan. No importaba que el mundo le ofreciera refugio ahora. Porque ella lo sabía.

Bajó la mirada, observando el diminuto rostro de su hija, su respiración tranquila, su cuerpecito acurrucado.

Y, con la voz quebrada por un peso que no podía compartir, murmuró:

—Sí... ella lo estará.

Ella.

No ellas.

Sintió cómo sus ojos ardían, cómo las lágrimas se formaban sin su permiso y caían en silencio por sus mejillas. No intentó detenerlas; no tenía sentido hacerlo. El agotamiento la arrastró, su cuerpo finalmente cediendo bajo el peso de todo lo que había sufrido. Sus párpados cayeron lentamente, su consciencia desvaneciéndose en un susurro de pensamientos.

Ciana viviría para ver el futuro.

Pero ella no.

You'll Also Like

154K 11.4K 27
▬▬▬▬ ❪ 𝖦𝗈𝗋𝗀𝖾𝗈𝗎𝗌 𓄹💋⩩ ❫ ▶𝖬𝖺𝖽𝖾𝗅𝖾𝗒 𝗒 𝖬𝖺𝗅𝖺𝖼𝗁𝗂 𝗌𝖾 𝖼𝗈𝗇𝗈𝖼𝖾𝗇 𝖽𝖾𝗌𝖽𝖾 𝗅𝗈𝗌 𝗇𝗎𝖾𝗏𝗈 𝖺ñ𝗈𝗌, 𝖽𝖾𝗌𝖽𝖾 𝗊𝗎𝖾 𝗌𝖾...
86.4K 4.5K 44
El la veía a lo lejos, con esa sensación rara en el estómago.... No estaba enamorado o si?
100K 12.8K 54
En un universo donde se necesita una manada para sentirse completo ¿Qué hará un omega que siente que no pertenece a ningún lado? Severus no quiere ac...
256K 26.1K 33
Dice que soy lo mejor de su vida Que quiere perderse conmigo to' el día Que por mí apunta, tira y tira Que ya no le importa cometer un delito por su...